Dijo Albert Einstein que “el nacionalismo es una enfermedad infantil, el sarampión de la humanidad”, y como infantil que es le justa jugar, inventar y aventurar nuevas ideas y conceptos, nuevos juegos lúdicos y festivos a los que nos invitan a participar a nacionalistas y no nacionalistas, dejando claro, eso si, que son ellos los que marcan las reglas, sus propias reglas al margen de las legales y cuya principal cualidad es la de su carácter incierto y ambigüo en busca de su propio provecho jugando en buena medida con las cartas marcadas. Este juego propuesto no es más que el derecho a decidir.

Desde que el think tank nacionalista introdujo este concepto de nuevo cuño en el debate político, se han derramado sobre el mismo, litros y litros de tinta en libros y prensa escrita, horas y horas en radios y televisiones, y millones y millones de bytes en Internet. Se ha escrito y dicho mucho sobre este asunto, el presunto Derecho a Decidir (y digo presunto porque no forma parte del ordenamiento legal internacional ni del de ninguna nación occidental homologable a la nuestra) que apela a la toma de decisión por parte de los catalanes sobre la posibilidad de independencia de Cataluña respecto del resto de España. No obstante, nunca se plantea en relación a la toma de decisiones sobre multiples asuntos de orden menor y/o cuotidianos. Es como si estos niños grandes, los nacionalistas, pretendiesen jugar a un juego de mayores sin pasar previamente por los juegos de pequeños como haría cualquier niño de verdad, pretendiendo montar en motocicleta sin haber pasado antes por la bicicleta, hecho éste que pronostica más que una probable caida final.

Casi no quedan aristas desde donde dar una nueva y renovada visión de este asunto que nos ocupa y preocupa. No obstante, intentaré abordar desde la modestia algún elemento que no por novedoso, no se ha visto plasmado suficientemente en el debate diario, sobretodo desde la posición no separatista. Mi punto de vista parte de la idea de la legitimidad estadística (permítanme los nacionalistas ésta licencia pseudointelectual, así como yo les admito la suya y que se trata a continuación) que supone el ejercicio del citado derecho en base a la expresión de la voluntad popular, del pueblo (como dirían y que causa temor) o ciudadana convocada a las urnas, y aclarar que esta idea no es más que una trampa intelectual del nacionalismo actual con la que casi toda la izquierda catalana (existen honrosas excepciones como el ex-fiscal Sr. Villarejo) y del resto de España se ha dado de bruces, dejándose arrebatar por el contenido emocional de la poderosa idea de poder decidir sin la existencia de una  reflexión previa y necesaria. El nacionalismo catalán no está interesado en definir esta idea de forma concreta, fijando cual es su ámbito de aplicación, quien, cómo y cuándo se debe decidir y bajo que circunstancias de exigencia democrática (por ejemplo la neutralidad de los poderes públicos y sus medios de comunicación, elemento que hoy por hoy no se da) se debe aplicar. Navega más cómodo en la ambigüedad del concepto de donde puede obtener mayores réditos según devengan los acontecimientos. Pero tomando el núcleo del debate propuesto sugiero tomar por cierta la linea argumental nacionalista (reducción al absurdo) y dar por sentado que realmente existe un Derecho que se denomina a Decidir. Imaginemos que se produjera un referéndum vinculante  sobre el mismo y por lo tanto con valor legal, y los independentistas lo ganasen por un porcentaje aproximado o cercano del 51% frente al 49%  de la población catalana con un indice de votación enorme, pongamos por caso un 80 o 90 % del censo para que no cupiera duda alguna de la legitimidad democrática del mismo. La situación con la que nos encontraríamos al día siguiente de la votación sería la siguiente: un 51% de la población catalana que representa un 8% de la población española quiere la independencia y un 49% de la población catalana que representa un   8%  de la población española no la quiere. Según el criterio de los nacionalista Cataluña estaría legitimada para iniciar un proceso de separación de España. Con lo cual llegaríamos a la conclusión final de que un 8% de la población de un país democrático, soberano y reconocido internacionalmente en su legalidad e integridad territorial como es España, bastaría para finiquitar de forma legal y letal su soberanía y por tanto  su integridad. Pero a la vez sería como pedir peras al olmo que los nacionalistas aceptaran que un 49% de la población de un supuesto país (hablo en términos jurídicos y políticos que no sentimentales) como es  Cataluña,  no soberano y por ende no reconocido internacionalmente pudiera romper legalmente su integridad territorial y obligar al orbe a reconocer su soberanía. He aquí donde radica la contradicción de la propuesta del derecho a decidir como plasmación democrática de la voluntad de los ciudadanos. Derecho a decidir,  ¿de quién y en qué condiciones? De los míos claro, de los que yo como nacionalista catalán considero mis conciudadanos y/o compatriotas sin tener en cuenta lo que los no nacionalistas catalanes consideramos nuestros conciudadanos y/o compatriotas, es decir el resto de españoles. En este sentido, por ejemplo, la Ley de Claridad Canadiense resuelve este punto en relación con el Quebec. Solución ésta que no entra en el marco mental del nacionalismo catalán porque no tiene en cuenta solamente la voluntad ciudadana expresada democráticamente sino que aún tienen más peso variables como son su autoerigida legitimidad histórica interpretada en clave nacionalista y su diferenciación lingüística para arrogarse su propia soberanía, indivisibilidad e integridad territorial, y a la vez negarla a España, pais nacional e internacionalmente reconocido jurídica y políticamente como tal.

Otra argumentación recurrente por parte del entorno nacionalista y su think-tank es apelar a la condición de nación de Cataluña y  en base a ello toda nación tiene derecho a decidir. Pero hay una cuestión previa aún no resuelta, ¿es Cataluña una nación en el sentido político del término? Si a un nacionalista se le preguntara porque Cataluña es una nación seguramente recurriría a la Santa Trinidad  y argumentaría motivos sentimentales (contra los cuales nada se puede decir y sólo cabe respetarlos. Pero teniendo en cuenta que tan válidos son los de los nacionalistas como los de los no nacionalistas, históricos (que antiguo reino, condado o ciudad medieval en España o en Europa no los tiene) y finalmente lingüísticos por tener una lengua diferenciada de la lengua común o español.

Por lo tanto si aplicásemos el único criterio que les diferencia, es decir, el étnico-lingüístico-nacional podemos afirmar que Cataluña es una nación básicamente porque tiene una lengua que los nacionalistas consideran como propia, única y con aspiración a la exclusividad social. El nacionalismo no concibe territorios con varias lenguas, circustancia ésta bastante habitual en la geografia e historia de la humanidad. Sólo cabe recordar que en el mundo existen alrededor de 200 paises o naciones y mas de 6000 lenguas.

Llegados a este punto, daremos por cierto el enunciado anterior e intentaremos aplicar nuevamente la reducción al absurdo antes practicada. Si la lengua propia de Cataluña es el catalán y éste se habla además en el Rosellón francés, en Andorra, en la Franja de Poniente aragonesa, en la Comunidad Valenciana (no en toda ella por cierto), en  las islas Baleares, en el Carche murciano y en el Alguer italiano, es decir, en lo que se suele denominar Els Països Catalans, cabria definir la nación catalana completa y entera como el conjunto de territorios donde se habla la misma lengua. Si esto es así, como afirma explícitamente ERC (Ponència política d’estiu 6 i 7 de juliol 2013 a l’Hospitalet de Llobregat) y la CUP e implícitamente CiU, podemos afirmar que Cataluña no es más que una región de esa nación catalana y por tanto si a una nación le corresponde el derecho a decidir, éste no sería de aplicación a Cataluña dado que no podría ser sujeto político soberano al no ser por ella misma una nación sinó que lo es el conjunto de Els Països Catalans.Y he aquí de nuevo la contradicción a la que nos llevan los planteamientos nacionalistas, demostrándose que Cataluña por si sola no es una nación incluso desde la perspectiva etnico-lingüística-nacional.

Por otra parte, estos planteamientos se utilizan de unas formas tan maleables y dúctiles por parte del nacionalismo que permiten sostener lo blanco y lo negro, lo uno y su contrario, todo ello a la vez y en función de las circunstancias, lugares y contexto en el que se haga referencia sin menoscabo de vergüenza intelectual propia y ajena, sin ruborización alguna y sin erosión de su argumentario el cual se profesa desde una  adhesión sentimental inquebrantable e inalcanzable al desaliento, teñido con una capa de fe más que de razón. Ésta última idea viene a colación por la ponencia de ERC en la cual se define a Cataluña como el Principat i als Països Catalans como la nación catalana completa y entera, pero a la vez se reconoce como sujetos políticos soberanos a todos los territorios que conforman Els Països Catalans y su libre adhesión a la nació catalana completa. Es decir, el nacionalismo es incoherente porque utiliza los términos nación, soberanía, integridad territorial y dret a decidir en función del principio de oportunidad, del contexto, de la presumible adhesión social a sus postulados en unos territorios u otros y con una arbitrariedad intelectual que da grima. Los planteamientos nacionalistas desde un punto de vista racional no son más que un gran castillo de naipes, eso si, con un márketing intelectual, pseudo-jurídico y sentimental de primer orden. Cabe reconocer que esto último si saben hacerlo mejor que bien.

En otro orden de cosas, cuando a una comunidad lingüística como la catalanohablante se  la la define con el apelativo de país, Països Catalans, en el fondo lo que se pretende es enmascarar una propuesta política bajo una máscara cultural. El nacionalismo  no da puntada sin hilo o como buenos aprendices de aquel lejano duque de Olivares actúan de tal forma para que se note el efecto sin que se note el cuidado. Imaginemos por un momento que desde Madrid se acuñase y divulgase el concepto de Países Españoles englobando a todos los países de habla hispana. ¿Qué pensarían de nosotros en México, Chile, Argentina o Venezuela por citar algunos ejemplos?. ¿Imperialistas quizás?. En cambio si que podemos hablar de comunidad lingüística hispana sin herir sensibilidades políticas de nadie que en el fondo son sensibilidades de pertenencia, las cuales son complejas y van más allá de la lengua. Por ello un austríaco, un suizo germanohablante y un alemán tienen diferentes sentimientos de pertenencia aunque hablen la misma lengua y sean comunidades vecinas e igual sucede en muchas otras partes del mundo. Sólo tienen que buscarlas.

dretadecidir