De finales del siglo XIX hasta la guerra civil, el mito del catalanismo militante era el de la raza: éramos descendientes de los francos/arios, éramos braquicéfalos, éramos superiores al resto de los españoles.

El continuo y cada vez más progresivo cruce de catalanes con el resto de españoles nos ha condicionado, pero no ha corregido el tradicional talón de Aquiles de Cataluña que es su necesidad histórica de importar población porque, una vez entre nosotros, los recién llegados se contagian tanto de nuestro espíritu de trabajo como de nuestra mínima fertilidad.

Ya Jaume I en su conquista de Valencia aunque llegara hasta Almería luego retrocedió e incluso cedió Murcia a su suegro Alfonso X, en cumplimiento de su palabra según la historiografía romántica, pero en la realidad fue por su falta de población, lo que en el hipotético caso de una Catalunya independiente podría albergar inquietantes augurios.

Todo esto unido al dictamen de la ciencia ha evidenciado que los catalanes son tan hispánicos como el resto de los españoles y, por tanto, ya hace tiempo que periclitó el mito de la raza catalana.

A partir de los ochenta y hasta mediados de la primera década del año 2000 la leyenda de nuevo sustituyó a la historia y Rafael Casanova se convirtió en el héroe nacional de Cataluña y en el compendio de todas las virtudes catalanas cuando como dice Albert Rivera “era un españolazo” y de héroe no tuvo nada.

Este mito también ha pinchado y lo cierto que al día siguiente del 11 de septiembre de 1714 la gente volvió al trabajo, pero se omite que el duque de Berwick dio la tajante orden, una vez capitulada Barcelona, de que la tropa se abstuviera durante 24 horas de entrar en la población. Con ello se evitaron los saqueos y las barbaridades, no menos de 100.000 violaciones por el Ejército Rojo en Berlín (1945), derivadas de dar rienda suelta a la soldadesca y así es como, según Pierre Vilar, con su adiós a las armas y “de cara a la feina” Cataluña inició su recuperación.

Por exclusión, el gran mito residual del catalanismo militante es el de la lengua. El primer paso fue incorporar la mitología a la ley y sentar que la lengua propia de Cataluña es el catalán cuando más de la mitad de los catalanes son castellanohablantes y a mayor abundamiento la lengua propia de cada persona es su lengua materna puesto que son las personas los que tienen lengua y no los territorios.

Lo que durante el franquismo, amparándose en la UNESCO, en los derechos humanos y en el sentido común, defendían la primacía de la lengua materna para los catalanoparlantes, estuvieron muy bien representados por Ramón Trías Fargas en las Cortes constituyentes (1978) cuando dijo: “Los derechos a estudiar en la lengua materna son fundamentales”.

¡Ah!, pero estas mismas personas ahora practican con los de lengua materna castellana el mismo ultraje franquista solo que al revés.

Pero es que además el castellano es una lengua tan nuestra como el catalán porque no la trajo a Cataluña Franco ni Felipe V sinó Petronila de Aragón con motivo de su enlace matrimonial (1150) con el conde Ramón Berenguer IV, que dio origen a la Corona de Aragón, ella a título de reina y él como príncipe y de ahí la denominación de Cataluña como Principado.

Ramón Berenguer IV y Petronila de Aragón fundaron el monasterio de Poblet en el que instalaron el archivo de la Corona de Aragón, en el cual hasta antes de la recepción del archivo Tarradellas había más documentación en castellano que en catalán.

El historiador Joan B, Culla i Clarà sostiene que todos los pueblos necesiten tener sus mitos en consonancia con Ernest Renan, el padre del concepto de nación, para el cual las naciones tendrían que reinventar su historia porque si contarán la verdad sería horrible.

Pero a estas alturas, con un espectacular desarrollo de las comunicaciones y con una especie humana única, no ha lugar para una historia con mitos y compartimentos estancos dado que, en definitiva, se trata de relatar actos humanos.

Cataluña es tan bella como pobre en recursos y todo y así somos la comunidad que más exporta de toda España. Este es nuestro ADN, nuestra realidad, que ya no necesita mitos y menos si son excluyentes.