“Con las bombas de los fanfarrones se hacen la gaditanas tirabuzones” se oía recitar a las puertas de la iglesia de San Fernando tanto a gaditanos como a exiliados, llegados de toda España huyendo de una ocupación que en Cádiz se había convertido en sitio. Dentro, las cortes extraordinarias reunían a Españoles de los dos lados del Atlántico, culminación de un ejercicio de expresión popular y soberana que marcarían la historia de España durante casi todo el siglo XIX.
La ocupación francesa de España encendió un proceso revolucionario en una población esencialmente analfabeta y manifiestamente controlada por la iglesia, columna esencial de un antiguo régimen que tras la revolución francesa había entrado en una profunda crisis en buena parte de Europa. Así, las abdicaciones de Bayona habían dejado la corona Española en manos de Napoleón y con ello la soberanía, tal y como se entendía en el antiguo régimen, sobre todo un pueblo, el español. El regalo de esa corona a su hermano, José, fue en sí mismo, uno de los actos contrarevolucionarios más evidentes que Napoleón llevó a cabo en España. De hecho, la figura de Napoleón, todo y ser para muchos la culminación del proceso revolucionario francés, fue, sin lugar a dudas, el mayor de los obstáculos a su expansión por todo el viejo mundo, reduciendo la versión radical, republicana y jacobina a un nuevo orden alto-burgués que acabó desembocando, tras su derrota, en una reacción absolutista que España tuvo también que sufrir contundentemente.
Pero en 1808, la nueva situación colocaba a un nuevo rey frente a la voluntad de un pueblo que no le reconocía. Esto, unido a la más que evidente ocupación militar y los excesos de esta, evidenció un vacío de poder de facto. Así, el fin de la administración absolutista, llegó en España por inanición, no tuvo que ser asaltada.Todos estos factores, lanzaron el proceso revolucionario.
Un proceso revolucionario que rápidamente cubrió el vacío de poder absolutista con su propia organización, con un primer fin esencial, la lucha contra la ocupación francesa. Así se crearon la juntas locales y regionales de defensa, a partir de las cuales se escogió una junta suprema central que asumió la totalidad de los poderes soberanos y se estableció como máximo órgano de gobierno. La junta central lanzaría el último pasaje revolucionario, convocando, en 1809 unas cortes extraordinarias y nombrando una regencia. Estas se reunieron en Cádiz, y hasta ella llegaron representantes de la España peninsular y americana con un perfil de composición esencialmente burgués y liberal. Esas cortes iniciaron un proceso constituyente que acabaría con la promulgación de la primera constitución de nuestra historia y convertía a España en el segundo de toda Europa en desarrollar un proceso constitucional.
Esa promulgación se llevó a cabo el 19 de marzo de 1812, día de San José, lo que la llevó a ser llamada “la Pepa” y se convertía en uno de los textos más avanzados de Europa, referente en diversas revoluciones liberales posteriores, tanto en España como en algunos otros territorios de Europa Occidental. Esta, aunque solo estuvo en vigor durante el trienio liberal 1820-23 y en 1837, se convirtió en un referente de libertades que no fue superado hasta la carta magna nacida de la revolución de 1868.
La constitución de Cádiz suponía el final del antigo régimen, a través de dos principios básicos, la igualdad jurídica y la soberanía popular. Es decir, se acababa por completo con los privilegios estamentales y ahondaba en un concepto que a la monarquía le costó asumir pero que se había ejercitado durante toda la guerra de la independecia: La soberanía nacional manaba del pueblo y se otorgaba a sus representantes. Los españoles pasaban a recuperar el estatus clásico de ciudadano, dejando el medieval de vasallos.
Las constitución de Cádiz supuso un punto y a parte en la historia de España, una redifinición del concepto de nación, sujeta no a un territorio, sino a la suma a unos derechos y voluntades individuales que desembocan en un nuevo estado. Es pues el nacimiento de una España moderna que intentará abandonar el antiguo concepto feudal de los privilegios territoriales por el moderno principio de la igualdad, de igual modo que se rompía con los privilegios estamentales, para conceder una igualdad en principios a todos los ciudadanos.
Reivindicar la herencia de aquella primera expresión popular del pueblo español es reivindicar el pasado revolucionario de la incipiente nación liberal del siglo XIX. Así, conocer el origen de nuestra realidad es necesario hoy más que nunca y es la más lúcida oposición a aquellos que reivindican derechos que se fundamentan en momentos históricos pre-constitucionales, en épocas de privilegios estamentales o ven la voluntad nacional en asambleas aristocráticas del siglo XVIII elegidas a dedo.
La herencia constitucional también nos ha de servir, no lo olvidemos nunca, como arma racional contra episodios oscuros y dictatoriales de nuestra historia más reciente, así como argumento irrefutable contra esas inquietudes neotribales que siguen tan vivas en nuestra a veces antigua actualidad.
Por todo esto pues ¡Viva la Pepa!.
Joan García, coordinador de C´s Sabadell